El pasado 8 de septiembre dos vecinos de la localidad extremeña de Esparragosa de Lares recibieron una calurosa aclamación popular en la plaza de dicha localidad tras pescar un siluro de 1.80 m.
“No podíamos creerlo,” –nos cuenta CARLOS ALCOBENDAS CERRATO, uno de los protagonistas de nuestra historia- “por fin lo habíamos conseguido. Unos bigotes largos asomaban tímidamente del agua sin dejar de moverse.”
“No podíamos creerlo,” –nos cuenta CARLOS ALCOBENDAS CERRATO, uno de los protagonistas de nuestra historia- “por fin lo habíamos conseguido. Unos bigotes largos asomaban tímidamente del agua sin dejar de moverse.”
Hacía ya mucho tiempo que fantaseaban con viajar hasta allí, varias veces habían programado la “excursión” y varias veces había surgido algún imprevisto. Esta vez todo estaba planeado para el día 5 de septiembre, coincidiendo con el comienzo del puente del día de Extremadura y aprovechando, por lo tanto, ese día más de vacaciones que haría del viaje una experiencia inolvidable. Los preparativos habían llevado semanas: localizar lugar donde poder dormir, proveerse de equipamiento adecuado, incluyendo cañas, anzuelos y sedal, todo especialmente diseñado para la ocasión, adquirir un cebo irresistible para los “comensales,” explorar la zona por Internet y pasar muchas noches en vela divagando sobre los posibles inconvenientes y problemas inesperados que pudiesen surgir, …en resumen, muchos dolores de cabeza.
“El día 4 pasamos el día trabajando sin saber realmente lo que hacíamos, sólo veíamos agua y peces.” –confiesa A. JESÚS VIGARA HIDALGO, el otro protagonista de la historia- “Fue un día interminable de nervios y trabajo duro.” En este día hubo que preparar todo lo que no se había podido hacer a largo plazo: abastecerse de mantas y chubasqueros, ya que el hombre del tiempo anunciaba frío, agua, tormenta y más agua, provisiones y no se cuántas cosas más.
A las 8 de la mañana del día 5 estaban todos levantados y trabajando, acumulando equipaje en el carro, el maletero, los asientos del coche y cualquier otro hueco que hubiese quedado libre. Tras varios imprevistos y retrasos (los intermitentes del carro no funcionaban y hubo que arreglarlas en el último momento), se pusieron “en ruta” sobre las 12 del mediodía. Por fin comenzaba la aventura.
El día 6 tuvo lugar el primer contacto con el indomable Ebro. Estaban en Caspe y todo era nervios e impaciencia por comenzar a pescar. “Nos levantamos muy temprano y montamos los puestos en medio de unos “cortaos” impresionantes. Había una profundidad de más de 30 metros y ahí lanzamos el cebo y las cañas.” –asegura Carlos-“El río era tan profundo que a dos metros de la orilla ya no podía verse el fondo.” Esa mañana fue tranquila, demasiado. Los pescadores no tuvieron más remedio que conformarse con pescar a lance y coger algún que otro lucioperca. Tras tal desazón, decidieron recoger y darse una vuelta por el lugar “para conocer el terreno.” Recorrieron los alrededores preguntando a todo pescador que veían cerca de la orilla: “En el primer puesto al que nos acercamos, nos dijeron que aquella zona de Caspe no era tan buena como en otros tiempos pues el agua había bajado mucho.”-nos cuenta Jesús-“Nos aconsejaron ir a “Cuesta Falcón.” No hubo suerte allí tampoco, los que pululaban por allí eran carpistas y les enviaron a Chiprana, una localidad cercana a Caspe en la que se decía se habían cogido las mejores capturas de siluros en las últimas semanas.
“Nos acercamos al río y allí vimos a varios pescadores y algo que se movía cerca de la orilla. Salimos corriendo por el monte directamente a preguntarles por su jornada de pesca. No sabíamos que ése iba a ser nuestro primer contacto con los tan ansiados siluros.”
Les llevaron directamente a la orilla, junto a una cuerda atada a una piedra y ¡ahí los vieron por primera vez! “Tiramos de la cuerda y ahí estaban, 5 siluros de distintos tamaños. Son peces feos, pero en aquel momento nos parecieron los bichos más bonitos del mundo. Ya sólo nos faltaba pescar alguno nosotros.”
“La mitad del fin de semana había pasado y aún no nos habíamos puesto a pescar en serio. Empezábamos a preocuparnos.” El domingo por la mañana prepararon de nuevo los aparejos de pesca y se dirigieron sin dudar a Chiprana. “Hacía calor, mucho calor, y nos sobraban todas las mantas y los chubasqueros que llevábamos en la maleta.” Había que cebar lejos de la orilla y no hubo más remedio que hinchar una barca y remar con el cebo dentro para dejarlo caer en el lugar más idóneo. Lo mismo se hizo con los anzuelos cebados. Según nos comentan, sólo querían atraer a los siluros de modo que pusieron de 5 a 6 pelets en cada anzuelo para evitar que las carpas se lanzasen a ellos.
Con muchas paciencia y dando varios viajes en la barca hinchable, dejaron caer en el agua 6 sedales, justo en el medio del cebadero. Ahora ya sólo quedaba esperar, y eso hicieron.
“Entre cervezas y pinchos de tortilla se fue pasando el día.” –nos comentan entre risas. Y pasó también la tarde y no había ni rastro de los tan ansiados siluros. Ya tarde se fueron a las tiendas de campaña no sin cierta desazón por irse a dormir sin haber tenido captura alguna.
A las tres sonó la primera alarma, levantarse y coger la caña fue todo uno, tras varios minutos forzando la captura lograron acercarla a la orilla. Sin embargo, se llevaron un tremendo disgusto al ver que no era un siluro sino una carpa lo que había acudido a comerse los pelets del anzuelo. “En cualquier otra ocasión nos hubiésemos alegrado de ver esa carpa pues era muy grande, pero no era eso lo que andábamos buscando en aquel momento. La cuenta atrás ya había comenzado y seguíamos sin capturar nuestro siluro.” Desconsolados volvieron a las tiendas aunque nos confiesan que no pudieron pegar ojo en toda la noche. A las 6 volvió a sonar la alarma y esta vez sí hubo premio: lo que quiera que fuese pesaba muchísimo y era difícil de atraer a la orilla. “Tras casi media hora de lucha con el pez, los brazos empezaban a resentirse por el peso”-nos comenta Carlos- “así que le pasé la caña a mi compañero Jesús y mientras él lo arrastraba cada vez más cerca de la orilla, yo me metí en el agua, me puse unos guantes y, cuando tuve al siluro lo suficientemente cerca, le metí la mano en la boca para poder sacarlo del agua completamente.””No podíamos creerlo, por fin lo habíamos conseguido.”
Amarraron al “Capitán Sherman” con una cuerda y después posaron un rato para las fotos, lo devolvieron al agua, no sin antes amarrar la cuerda que lo sujetaba a un árbol y, ya más felices y sosegados, volvieron a las tiendas de campaña con el sentimiento de haber dejado el trabajo bien hecho. Según nos cuentan, le les escaparon otros dos siluros y se les ha quedado esa espinita pero yo creo que deben sentirse muy satisfechos por lo que han conseguido.
Tras una larga noche de insomnio, llegó la mañana del día 8 y había que recoger “los trastos” y emprender el camino de regreso al pueblo. Lo primero fue colocarlo todo de tal manera que quedase una zona amplia y privilegiada para el pasajero que se uniría a ellos en este viaje así que prepararon al siluro un hueco enorme en un lateral del carro y lo forraron con plástico. Lo siguiente fue otra sesión intensa de fotos. “Queríamos hacer tantas fotos como fuera posible, no era una cosa que se viera todos los días y no sabíamos cuándo volveríamos a pescar un siluro.” –nos comenta Jesús, todavía emocionado. Lavaron al capitán y lo metieron en el carro, lo cubrieron de hielo para que no se estropease e iniciaron la vuelta a Extremadura.
Todo el pueblo acudió a la plaza para ver semejante pez, unos preguntaban qué era, otros que dónde lo habían pescado, algunos otros que si era comestible… pero todos coincidían en que era lo más grande que habían visto nunca y ninguno se privó de fotografiarlo e intentar levantarlo. Tal como nos lo describe Carlos: “Ha sido una auténtica odisea.”
Todo el pueblo acudió a la plaza para ver semejante pez, unos preguntaban qué era, otros que dónde lo habían pescado, algunos otros que si era comestible… pero todos coincidían en que era lo más grande que habían visto nunca y ninguno se privó de fotografiarlo e intentar levantarlo. Tal como nos lo describe Carlos: “Ha sido una auténtica odisea.”
Redacción: Mª José Rodríguez Díaz.
3 comentarios:
Madre mia, menudo bicho, enhorabuena... nos vemos en el 48 horas.
buenísima la narración, hace que nos metamos en la historia!!! enhorabuena por la captura
Buen bicho Javi.
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